Tras un año de viajes, miles de kilómetros, testigos de todo tipo de torturas a los animales y una desagradable lista de fanatismos religiosos para justificar la violencia, en abril de 2015 nos embarcamos en nuestra última etapa documental. Por diversas razones, algunas logísticas y de presupuesto, no habíamos visitado Andalucía en nuestras salidas. Estaba previsto que visitáramos Cazalilla (en Jaén) donde se viene celebrando cada mes de febrero el lanzamiento de la pava, en el que se arroja desde el campanario de la Iglesia del pueblo una pava que debe ser atrapada en tierra por uno de los vecinos. El ambiente estaba muy caliente ya que los vecinos prefieren pagar a escote los dos mil euros de multa administrativa y seguir con su estúpida costumbre. Preveíamos altercados y que arriesgábamos nuestros equipos (si, el cine de guerrilla a veces te hace cobarde), tal y como sucedió ya que el evento acabó en guerra campal entre un grupo de activistas que querían salvar a la pava, y los de Cazalilla que no dudaron en llegar a las manos contra fotógrafos y cámaras… Así que en el último instante, apenas un mes antes de su celebración, decidimos trasladarnos a la Alpujarra almeriense para documentar un festín de violencia animal poco conocido: los Toros de San Marcos, en Ohanes.
Cada año, entorno al 25 de abril y por ende día de San Marcos, un hermosísimo y escondido pueblo llamado Ohanes saca de procesión a su santo patrón. No bastando con ello, tal y como se sucede en la inmensa mayoría de los pueblos de España, las autoridades católicas bendicen y los lugareños ejecutan un espectáculo macabro de tortura animal, en nombre de Dios y lanzando vítores al patrón. En un envido a la grande por las fiestas con toros ensogados (es decir, encierros de toros que son sujetados y arrastrados a la fuerza con una o varias cuerdas por todo el pueblo, hasta que colapasan o son sacrificados al final de su entretenimiento de masas salvajes), en Ohanes sacan seis toros por todo el pueblo, a la vez que la procesión de San Marcos recorre las callejuelas laberínticas de lo que en otro contexto es un pueblo hermoso que ha conservado la más pura estética de arquitectura popular de la Alpujarra. Estos animales que son empujados, estresados, golpeando sin parar con sus cuernos las paredes y empedrado del pueblo, son obligados por las cuadrillas que les acompañan a someterse frente al santo y a tocar con su morro la bandera que simboliza la Hermandad de San Marcos. Cuando esto se consigue, el aninmal es retirado hacia otra parte del pueblo hasta que le vuelve a tocar…. Esto se repite sin cesar durante toda la mañana, en una agonía extrema para los animales y cualquier ser humano con sensibilidad. Los paisanos de Ohanes, apiñados con parientesy amigos y muy pocos turistas, canturrea alegres su lema favorito: «¡San Marcos, San Marcos, San Marcos es cojonudo…! ¡Como San Marcos no hay ninguno¡». Ejemplo de devoción cristiana y garrulismo como pocas cosas.
Tras varias horas de filmación, fotografías, sonido, nos marchamos agotados, tanto por este nuevo episodio de santificación de la violencia contra los animales como por todo lo que hemos vivido en doce meses de salidas alrededor de España. Agotados por pertenecer sin paliativo a una cultura que glorifica sus creencias religiosas con sangre y tortura, con risas dementes, muecas de disfrute salvaje y miradas poseídas. Cuando se publican estas palabras el pueblito almeriense de Ohanes volverá a salir a las calles a destrozar el alma humana de estos animales que no vinieron a este mundo para entretenerles ni a ellos ni a nadie más. ¿Cuanto tiempo más vamos a permirtirles su diversión macabra, bárbara e ignorante? SANTA FIESTA es ahora vuestra palanca de denuncia y de cambio para que NO VUELVA A SUCEDER.
El burro del Peropalo es un símbolo del sufrimiento de estos animales en España. Durante muchos años este animal ha sido maltratado salvajemente en las fiestas de Carnaval de Villanueva de la Vera. El paseo que se hace por el pueblo, rodeado de borrachos, ruido, tiros al aire, empujones y una masa de personas apretujándose contra él son una desgracia, que tuvo su mayor desastre hacia 1986 cuando supuestamente el burro que se utilizaba murió aplastado por la muchedumbre que se subió encima. Así que acudimos esperando lo peor, aunque curiosamente no se han convocado protestas por ningún colectivo animalista ya que el pueblo y los paisanos organizadores han garantizado respeto y protección del animal, aunque sin dejar de celebrar el acto salvaje. Por resumir en pocas palabras, el paseo de este burro lleva un jinete encima, borracho y camuflado con ropas viejas que le hacen parecer un pelele, un muñeco de trapos y paja. Tanto él como la cuadrilla de los quintos del pueblo, y los que suponemos son los defensores a ultranza de esta tradición cavernícola, van muy alcoholizados, por el aroma que les acompaña y la mirada perdida y desequilibrio corporal. Los paisanos de pueblo, los más jóvenes ante todo, van canturreando una copla que con un «tururururú» acompaña cada parada y cada vuelta entre las callejuelas de un pueblo de casas tradicionales hermosas y pintorescas.
El burro no quiere participar de esta tradición y se le ve asustado, vapuleado, y a los pocos instantes cae al suelo, por miedo y resistencia a seguir en el juego. Hay bastante presencia de reporteros y fotógrafos con lo que los supuestos cuidadores del burro, y el grupo de escolta del pelele miden sus gestos, pero al final obligan a la fuerza a que el animal vuelva a continuar con su paseo. Es una muestra más de esa mezcla bizarra y sobrecargada de tradición popular, gritos y ruido, acompañados de abuso animal. Niños, jóvenes y visitantes se ven involucrados en un ritual prescindible, que al menos se podría reconvertir en algo más llevadero, con un muñeco animal. No es divertido, no es enriquecedor, y compite de manera muy fea con otras expresiones que se celebran en esas mismas fiestas que quedan más bien ensombrecidas. Sí, puede que el burro no muera y que haya supervisión de todo lo que se hace con él, pero es que lo poco que hace es humillante y refleja una relación salvaje y violenta con un animal que ha ayudado tanto a las gentes del campo.
El trabajo documental emprendido en este proyecto no solamente conlleva observar aterrorizados la necesidad humana de torturar animales para celebrar fiestas, en honor del santo o la Virgen patronos de la localidad, sino que además suele añadir al cóctel la violencia y represión contra los informadores. Lo hemos visto en Amposta, donde fuimos amenazados y expulsados del recinto primitivo en el que se organizan los toros embolados de su fiesta mayor; también pudimos atestiguarlo en Tordesillas, en el que sin embargo pudimos esquivar la censura y las piedras lanzadas contra periodistas y activistas; y finalmente lo tuvimos encima durante la vergonzosa Batalla de las Ratas de El Puig de Santa María. El pulso está siempre, porque la gente de las cavernas quiere que su tradición solamente sea explicada en sus términos, que suelen ser los de tradición y pertenencia. Es mi fiesta y si no te gusta puedes irte. Si no nos gusta lo que miras, fotografías, documentas, tenemos derecho a golpearte y destruir tu herramienta de verdad. Suelen reducirlo a una frase: «no eres de casa».
En Puig, coinciden numerosas tradiciones. Aparte de las conmemoraciones religiosas de Sant Pere Nolasco, patrón de la localidad y el «enrocado» monasterio que preside el pueblo, hay una tradición popular de cocinar (el último domingo de enero) para todo el que se acerque unas calderas de arroz que aparentemente celebran la generosidad que los paisanos tuvieron por 1654 «cuando vinieron unos cautivos en barco desde Algelia» y «al ver el estado en el que se encontraban, se tuvo un gesto de solidaridad preparándoles durante un par de días esta olla para alimentarlos, y de este modo acabó convirtiéndose en una tradición» (según se explicaba en el programa de fiestas de 2015). En la mañana de este domingo hay danzas populares, verbena de atracciones y la presencia turbadora de los quintos del pueblo, que ya te reciben en las rotondas de entrada pidiendo monedas, vestidos de militares y rapados con una cresta mohicana. No deja de ser ilustrativo que, aparte de la complicidad de la Iglesia con el maltrato animal en fiestas, se haya decidido conservar – en muchos pueblos – la costumbre de hacer una peña con los jóvenes que si aún hoy existiera el servicio militar obligatorio serían llamados a filas. Ahora, sólo permanece la carta blanca de borrachera, ruidos, peleas y otros excesos a lo largo de las fiestas mayores, con el aplauso y sonrisas de padres, parientes, vecinos y turistas. Una licencia que en muchos sitios añade una tarde de toreo y salvajismo en manos de los quintos, con variaciones bizarras como la piñata de Puig y la Batalla de las Ratas.
Hacia las cinco de la tarde, horario taurino donde los haya, se convoca a propios y ajenos a la Plaza de la Constitución (para mayor insulto). La costumbre cuenta que se colgarán unas vasijas de barro que los quintos intentan romper con un bastón de madera, uno a uno, primero solos y después ayudados por el grupo. Dentro suele haber chucherías para los niños. Pero antiguamente se encerraban conejos vivos, y después fueron sustituidos por ratas, que se mataban en la misma plaza, al liberarse de las vasijas, para ser arrojadas entre los asistentes. La salvajada se hizo tan popular que, a pesar de no figurar en programa y siendo una actividad ilegal, adquirió nombre propio y orgullo de emblema local. Los vecinos, los quintos, y cualquier persona con serios problemas cívicos, andan defendiendo a pecho y espada una tradición que es suya, por la que se sienten acosados y con la urgente necesidad de defender. Sienten que deben agredir a los que la critican, a quienes documentan e informan. Por eso no quieren ver ni cámaras de fotos, ni videocámaras, ni defensores de los animales. Así que bien pronto los paisanos empiezan a avisarnos, mientras acabamos de comer, con nuestros equipos bajo la mesa. «¿No seréis del Pacma?» nos preguntan…
Para empezar te cuentan que no es nada, que solamente se tiran unas ratas muertas, y que hay una piñata para los niños, con chocolatinas. Pero que mejor no grabes o hagas fotos. Ya hemos escuchado esto antes: «no pasa nada y por eso no queremos que lo grabes». Más tarde nos cruzamos con un reportero que pone en guardia a nuestros operadores de cámara: «es muy peligroso, en años anteriores han pegado a varios fotógrafos e incluso destrozado cámaras. Sobre todo no puedes estar entre la gente. La policía no te protege y está de su lado…» De hecho, hace ahora cuatro años se atacó violentamente a los reporteros como denuncia Tv Animalista en este vídeo.
Tras reorganizar nuestras fuerzas y medios acudimos por separado a la plaza del festejo. Está bastante llena y la veintena larga de quintos dirige todo; la policía municipal está ausente, a dos calles. Primero se lanzan unos balones de plástico contra la gente, a lo que se suman muchos, en un fuego cruzado de patadones en el todos acabamos esquivando pelotazos. Cuando las pelotas se han roto los quintos despliegan un cartel en defensa de la tradición, con un lema desafiante que arranca aplausos. En pocos minutos se cuelga una cuerda de un balcón a una tronco de árbol de la plaza, y tras la primera piñata un quinto arroja una rata muerta hacia un grupo de espectadores. Pero inmediatamente aparecen arrojadas más ratas desde otras esquinas. Risas, gritos y complicidad absoluta en la salvajada, donde nadie protesta, la policía ignora y nadie se atreve a fotografiar, a excepción de un par de señores que deduzco deben ser parientes de los niñatos anfitriones. Pero poco a poco decidimos atrevernos, en un margen de seguridad. Con varios de nuestros móviles, y una cámara de fotos oculta logramos documentar esta batalla descerebrada. Como se podrá ver en las imágenes que acompañan estas líneas es un material robado con temblor de manos, con dificultades, pero que no podíamos dejar de compartir.
¿En que país vivimos? ¿Tenemos la cara dura de levantar la voz y la mano contra los fanáticos de otras culturas y religiones cuando el lincamiento existe en fiestas apoyadas con dinero público y consentimiento político?¿Hasta cuando vamos a dejar que nos sometan estos salvajes? La verdadera batalla es contra ellos.