Segundo día de rodaje. Nos trasladamos a Denia, al levante mediterráneo para observar y retratar uno de los festejos veraniegos con maltrato animal más conocidos de España. Se llama Bous a la mar (que traducido al castellano significa Toros al Mar) y se realiza a lo largo de la Festa Major de la localidad, que son las Fiestas Patronales en honor a la Santísima Sangre, duran más de una semana y ofrecen dos sesiones de este mal llamado espectáculo taurino. La sangre, como en muchas fiestas populares españolas, está presente en cuerpo religioso y cuerpo animal.
En el puerto de Denia encontramos el espacio reservado para el Bous: un recinto en forma de «c» que tiene por un lado el límite del agua y una zona de gradas envolvente en dos alturas, de pie a ras de suelo y sentado, en la que se puede ver dos sesiones (a la 1 y a las 7 de la tarde) con unos cinco toros y vacas por cada pase. La zona bajo la grada es el acceso al área en la que se corre y burla a las reses, dotada de unas barras que impiden cogidas y que el anima se escape, además de varios elementos para esconderse entre las gradas y el agua. En la grada superior se accede pagando, hasta 5€ en el pase de la tarde. Caben varios cientos de personas, bajo el sol y sin restricciones de edad para los niños. Está clarísimo que el asunto tiene gancho y tirón popular, además de despertar curiosidad entre muchos turistas presentes (pocos extranjeros).
El espectáculo consiste en soltar un toro o vaca en el recinto y conseguir llevarlo hacia el lado del agua, para que caiga al mar. Los participantes buscan por un lado hacer recortes al animal (pasar muy cerca de los cuernos y conseguir burlar la embestida) o llevarle en persecución hacia el lado del mar, de manera que al no poder frenar caiga al agua. Una vez que el animal cae al mar se le agarra por la cabeza – unos operarios del ayuntamiento lo hacen con un bote – y acaba el turno de la res. A continuación se suelta otro toro y así sucesivamente hasta que caen uno por uno al agua, o bien se devuelve al redil. La impericia de estas personas que atrapan al toro en el agua ha causado la muerte por ahogo en más de una ocasión.
Los detalles importan. Ante todo son unas fiestas patronales, bajo el auspicio de la Iglesia como institución y en concreto la de Denia; los menores de edad no pueden participar en la burla del toro pero pueden verlo todo, incluidos los embestimientos y heridas graves que a veces reciben los participantes (o recortadores); lo animales sufren estrés, acoso, burla, deshidratación y shock al caer al agua, por mencionar solamente unos pocos; público y participantes se desatan y sacan lo peor de sí mismos.
Mientras documentamos con imágenes y sonidos los dos pases de Bous vemos individuos y grupos embrutecidos, agitados, convulsos con el animal y entre ellos. Hay un consumo de alcohol y porros más que evidente, incluso entre gente menor de edad. Alucinamos por la cantidad de chicas que participan. En la grada oímos a padres y madres engañar de forma ignorante a los niños que preguntan por el toro: «no, no le pasa nada…» Esta frase la vamos a escuchar muy a menudo al referirse al animal maltratado en los espectáculos que vamos visitando, incluso con amenazas por estar grabando y fotografiando. Pero sobre todo vemos de nuevo al toro humillado por su condición animal y maltratado como una cosa.
La fiesta no es tal sin su vínculo a la procesión de la Santísima Sangre. Acudimos a verla y documentarla y observamos que la representación de clase y política de la localidad abraza y exhibe con orgullo su fe, su apoyo a un ritual que significa la creencia en la sangre sagrada de Jesucristo. Hay redobles, música de marcha religiosa, mantillas, trajes, rostros compungidos y afectados por la espiritualidad cristiana, la figura de un Jesucristo yaciente que se pasea, y un cura que da instrucciones a todos con un walkie-talkie. La España de Berlanga y Buñuel vive y sobrevive. Cristianos, algunos, que dan la espalda a sus obligaciones humanas y como creyentes de respeto hacia los animales.