El 25 de julio es el Día de Santiago, tanto en el santoral católico como en el calendario oficial de muchas localidades españolas. Eso se traduce en un día de vacaciones y celebraciones religiosas, bailes, desfiles, competiciones y como no podía ser menos festejos de tortura animal.
Es nuestra tercera jornada de trabajo documental y hemos recalado en un pequeño pueblo de la provincia de Toledo. En pleno corazón del verano el calor es intenso cuando llegamos, hacia las 9 y media de la mañana. Al poco de entrar desembocamos en unas callejuelas tapadas de arena y vecinos que se dirigen hacia lo que, según nos explican, es el centro, la plaza. En breve comenzarán las carreras. A nosotros nos falta un café pero a nuestro alrededor los más jóvenes se desayunan ya con botellines y minis con la sonrisa cómplice de padres y amigos.
Estamos aquí para observar, filmar, registrar en imágenes un festejo tan antiguo como salvaje. Se le conoce por Correr Los Gansos, aunque el programa municipal habla de Fiestas Patronales de Santiago Apóstol, de carreras de caballos enjaezados y carreras de gansos. La Hermandad de Santiago defiende que las carreras existen desde hace 400 años. La jornada se acompaña además de una procesión en la que las autoridades y vecinos devotos del pueblo pasean a una pequeña figura del apóstol Santiago, precedida de tambores y clarines.
Las carreras de caballos enjaezados es un juego de habilidad en el que jinetes emparejados pasan al galope por la plaza central, unidos por un brazo y sin perder el equilibrio. Se hace repetidas veces y participan incluso mujeres o parejas mixtas. Siempre es agradable ver igualdad de género incluso en la España más terruña… Pero el evento principal será por la tarde, pasadas las horas de calor infernal en las que las persianas se cierran a cal y canto y desaparece la gente, en lo que suponemos es una larga siesta reparadora de trasnoches.
Correr Los Gansos es algo que se ha hecho en muchos pueblos españoles, ha ido desapareciendo o evolucionando hacia otras variantes, como la versión marinera de Lekeitio – de la que hablaremos en su momento -. Al principio se hacía con animales vivos, y ahora se los «duerme» antes del festejo, por lo que los descabezamientos son (según los vecinos) piadosos. Supongo que si ejecutáramos personas con una jeringa, y luego las colgáramos de los pies para descabezarlas con un juego de caballos sería menos salvaje que si lo hacemos con personas vivas. Los mecanismos de justificación de la crueldad intentan colártela, siempre. Aquí se nos recuerda que fue Margaret Thatcher la que obligó al pueblo a dejar de hacerlo con gansos vivos – al poco de vernos con cámaras vienen a preguntarnos para que televisión es y nos aseguran que los gansos no sufren, que están muertos -. Observo muchos niños presentes, algunos que preguntan horrorizados qué le están haciendo al Pato Donald, y las respuestas mentirosas de que no sufren, que están dormidos (que debe ser mejor que explicarles que están muertos).
Comienzan las carreras tras unos ajustes técnicos de altura y estado del ganso – para ello se usa un animal que ya tiene el cuello un poco rebanado, con lo que la jinete que tira de la cabeza se queda con ella en la mano sin problemas -. Velocidad, gritos de emoción y aplausos cada vez que un animal es descabezado. El cuerpo del animal, la sangre y los órganos que asoman por el agujero se desatan, echan a una bolsa y se continúa. El jinete que logra descabezar al ganso se reúne rápido con la familia, se hace una foto de grupo con la cabeza en mano, y en ocasiones con algún bebe en el regazo. Lo grotesco, lo macabro, lo irracional se esconden en las sonrisas y felicidad de esta buena gente que seguirán «corriendo los gansos», celebrarán este show de cadáveres cada año, este mismo año si no se impide lo contrario.