Emprendemos un largo viaje para llegar a este hermosísimo pueblo de la costa de Vizcaya, que se nos hace aún más largo por un despiste en la ruta. Al llegar a la entrada de la localidad los accesos se han cerrado y hay largas colas de coches por las carreteras circundantes en busca de un aparcamiento. Familias, grupos de amigos, niños, van bajando desde todas partes para alcanzar el puerto con el tiempo necesario para no perderse Los Gansos (Antzar Eguna). Como en casi todas nuestras paradas somos primerizos y no sabemos lo que nos espera…
Al poco de entrar en el pueblo resuenan las músicas de fiesta popular que se vomitan desde el interior de los bares, locales y cualquier rincón que consienta una barra y unos altavoces. Todo muy ordenado, eso sí, pero con un dominante general: unas camisas largas, anchas, de trabajo, la vestimenta tradicional de Arrantzale. A veces nos encontramos con mozos vestidos con unas faldas azules largas. Casi todos llevan un vaso de plástico colgado del cuello con una cuerda, que luego descubriremos es el que utilizan en todas las barras para no generar más basura, o para tener tu vaso propio.
Al pasar junto a la construcción monumental de la Basílica de la Asunción de Nuestra Señora la fiesta está en ebullición. Decenas de veinteañeros, con las camisas azules, airean sus indicios de borrachera entre carcajadas, grupos abrazados y algunas carreras. Nosotros alcanzamos el puerto y tomamos posiciones en el espigón, donde ya se ha colocado la cuerda que atraviesa el agua de un extremo al otro, mientras que los más madrugadores han cogido sitio sentados al borde de los muelles. Hace un sol intenso y junto a nosotros se ha preparado una carpa en la que màs tarde se van a refugiar los invitados, las autoridades municipales, el jurado, periodistas y la cuadrilla que se encarga de tirar y bajar la cuerda en la que se cuelga y decapitan los gansos.
Al fondo del puerto hay una feria de atracciones y unas carpas de comida y bebida, en las que los uniformes de los camareros van adornados con lemas abertzales de amnistía a los presos, llamadas a la unión vasca, y todo tipo de consignas que al estar en euskera son incomprensibles (para nosotros). De hecho, no entendemos casi nada de lo que se habla a nuestro alrededor porque solamente los más jóvenes se hablan en castellano. El Ayuntamiento está gobernado por Bildu y algunos detalles llevan su firma inconfundible, incluso en algunos matices de la brutal fiesta de los gansos. Ahora, en 2015, se ha trastocado esa mayoría y gobierna la coalición EAJ-PNV.
El inicio está previsto para las cuatro de la tarde, y a esa hora hay cientos de personas buscando un buen punto de vista, aunque la mayor concentración está en el agua del puerto donde se apiñan 88 botes de remos participantes, tomando posición para este evento. Se trata de que la cuadrilla de cada bote, que suele bautizar la embarcación con un nombre de guerra, se acerque remando hasta el punto en el que se ha colgado un ganso muerto, atado a la cuerda que va de un extremo a otro del puerto. Al pasar por debajo, un mozo o una moza, de pie en el bote, debe agarrarse al cuello del animal muerto, con fuerza, ya que inmediatamente el bote se aleja, el mozo cae al agua y un grupo tira con fuerza desde el espigón para que la cuerda se eleve por los aires, con el participante agarrado al cuello del ganso, hasta una altura tremenda, cayendo después contra el agua de golpe, para ser elevado una y otra vez. La habilidad consiste en aguantar hasta que la cabeza del ganso se arranca y el mozo cae con ella al agua. O bien sufrir las subidas y bajadas necesarias sin soltarse.
Aquí participan hombres y mujeres, locales y de fuera, muy jóvenes o de mediana edad, delgados y fuertes, altos y bajos, de toda condición. Y cada vez que se decapita un ganso se celebra con gritos y aplausos, y el resto de la cuadrilla del bote participante se tira al agua para celebrarlo como una gloriosa victoria.
A veces se producen faltas, que vigila el jurado, e incluso se anula la participación de ciertas cuadrillas. El proceso es extenso, y perdemos la cuenta de los gansos decapitados, los gritos etílicos, el berreo de los concursantes, mezclado con una extraña impavidez entre los espectadores locales, que sólo se interrumpe ante una novedad: un ganso de plástico.
Nos explican que se ha ultrajado la tradición. Consultaron entre los participantes la opción de usar un ganso postizo, que obviamente no se descabeza, y 14 cuadrillas han optado por él. Con opiniones encendidas contra Bildu y el enésimo cambio en la tradición, porque no se debe olvidar que inicialmente se soltaban los gansos vivos para ser atrapados, luego se colgaban vivos y se descabezaban mientras se meneaban en esta cuerda. En este reportaje de la EITB se puede ver el estado del debate en septiembre del año pasado. Aparentemente, según informaba DEIA hace unos días, se volverá a mantener la opción voluntaria del llamado ganso mecánico. Curiosamente la competición consigue una dosis de habilidad y emoción mayor cuando se usa este ganso artificial. Los mozos y mozas se elevan aún más, se agarran mejor, y la mayoría permanece tres o cuatro veces arriba y abajo hasta que se sueltan del ganso.
Salta a la vista que no habría ninguna necesidad para continuar con espectáculo atroz y macabro de desmembramiento de gansos, ejecutados para la ocasión, y que se conservaría la competición de habilidad. Mientras tanto, persistir con esta fiesta tal y cómo es resulta poco más que una sucesión salvaje de despieces, exhibidos ante niños y adolescentes a los que nadie explica nada a nuestro alrededor, vinculados todos por un silencio cómplice que recuerda a otros tiempos de opresión, con banderas distintas pero unidas en una violencia que lo mancha todo.
Sabíamos que esta iba a ser una jornada difícil. Los eventos de «tortura taurina» siempre lo son. Y entre todos esos festejos de sangre y fiesta con toros de por medio aquellos denominados como «toro embolado», agrupados en Cataluña como Bous al carrer o Correbous, son los más intensos, controvertidos y arraigados. Sabíamos que en más de una ocasión los «extraños» o «visitantes» con intención de fotografiar, grabar o documentar estas salvajadas han sido víctimas de violencia, insultos, pedradas. Sabíamos que en Amposta, uno de los escenarios más conocidos para el Toro Embolado, más tradicionales y auténticos, corríamos ese riesgo. Y fue lo primero que nos advirtieron los amigos que tan generosamente nos acogieron en su casa, en unas fechas en las que normalmente huyen del pueblo, para no escuchar ni relacionarse con los encierros y todo lo que rodea las fiestas patronales de esta importante localidad de Tarragona. Son inteligentes: y no son los únicos. Por eso estoy convencido de que lograremos parar esta juerga sangrienta y descerebrada.
Nos decían mis amigos que para facilitarnos la tarea habían bajado a «la plaza» por primera vez en su vida. Algo parecido a la Cúpula del Trueno de Mad Max, un coso construido a base de carretas, plataformas y vehículos agrícolas o de transporte que, bajo autorización, dan derecho de uso y disfrute a los propietarios de esos palcomóviles y no perder detalles de lo que sucede en la arena, cada tarde y cada noche, durante ocho días sin pausa. Vaquillas, toros, caballos… Animaladas en manos de seres inhumanos. Un espacio oscuro y angosto en el que sería difícil moverse sin ser vistos, y escapar en caso de peligro. Avisados y agradecidos nos preparamos desde temprano, de media tarde, para observar cada uno por su cuenta, la gente, el lugar, los rincones desde los que documentar el toro embolado de esa noche. Horas de espera y entretenimiento salvaje.
Cientos de jóvenes y niños se agolpan alrededor del coso mecánico para acosar y divertirse con las vaquillas infantiles. A pesar de que la megafonía advierte de que no pueden participar menores, lo hacen. Los padres y familiares jalean y ríen con los tropezones, las patadas al animal o lo que sea. Los más mayores se reservan para el plato fuerte, o beben en los quioscos de alrededor. La noche desciende bajo la atenta mirada del logo que preside esta plaza seca: Montsiá, los arroces industrializados de la localidad, orgullo, protección e identidad del Delta del Ebro y muchas gentes. Quizás un poco cómplice de lo que sucede a sus pies, en unos terrenos que ignoro si le pertenecen o más bien al municipio.
Llega la hora del Toro Embolado. Hemos ido sintiendo la presión y la vigilancia a nuestro alrededor. Han visto nuestras cámaras y probablemente nuestros rasgos de extraños. Vamos a tener muy poco tiempo para fotografiar, capturar sonidos e imágenes en movimiento, en cuanto saquen al toro en el cajón. Pero la excitación de todos nos tapa. Logramos acercarnos durante unos segundos cuando el toro sale del cajón, cuando le amarran para colocar el engranaje que va a sostener unas bengalas y el fuego posterior, encima de los cuernos del animal. Los expertos involucran a menores a ver de cerca, apoyar, perder el miedo al toro linchado. Cuando le sueltan es difícil escapar a la tensión y adrenalina y tanto Roberto como yo perdemos el fugaz instante en que el toro es liberado a oscuras, con unos cohetes amarrados a sus cuernos, con uno de los emboladores agarrado al rabo mientras el anima intenta huir, zafarse del humano idiota que le sujeta, escabullirse del fuego en su cabeza, de los cohetes que desatan una ola gigantesca de risas…
A los pocos instantes un grupo de adolescentes reforzados por un adulto que me habla en catalán me amenazan y me echan del coso. No quiero ofrecer más bronca porque tengo la esperanza de que Roberto logrará rodar más. Pero casi inmediatamente le echan a él y después a Enrique. Pero Roberto ha logrado grabar las voces de los niñatos cuando le expulsan… Es nuestro objetivo. Documentar la fiesta, documentar los torturadores. El resto lo haréis todos vosotros.