El trabajo documental emprendido en este proyecto no solamente conlleva observar aterrorizados la necesidad humana de torturar animales para celebrar fiestas, en honor del santo o la Virgen patronos de la localidad, sino que además suele añadir al cóctel la violencia y represión contra los informadores. Lo hemos visto en Amposta, donde fuimos amenazados y expulsados del recinto primitivo en el que se organizan los toros embolados de su fiesta mayor; también pudimos atestiguarlo en Tordesillas, en el que sin embargo pudimos esquivar la censura y las piedras lanzadas contra periodistas y activistas; y finalmente lo tuvimos encima durante la vergonzosa Batalla de las Ratas de El Puig de Santa María. El pulso está siempre, porque la gente de las cavernas quiere que su tradición solamente sea explicada en sus términos, que suelen ser los de tradición y pertenencia. Es mi fiesta y si no te gusta puedes irte. Si no nos gusta lo que miras, fotografías, documentas, tenemos derecho a golpearte y destruir tu herramienta de verdad. Suelen reducirlo a una frase: «no eres de casa».
En Puig, coinciden numerosas tradiciones. Aparte de las conmemoraciones religiosas de Sant Pere Nolasco, patrón de la localidad y el «enrocado» monasterio que preside el pueblo, hay una tradición popular de cocinar (el último domingo de enero) para todo el que se acerque unas calderas de arroz que aparentemente celebran la generosidad que los paisanos tuvieron por 1654 «cuando vinieron unos cautivos en barco desde Algelia» y «al ver el estado en el que se encontraban, se tuvo un gesto de solidaridad preparándoles durante un par de días esta olla para alimentarlos, y de este modo acabó convirtiéndose en una tradición» (según se explicaba en el programa de fiestas de 2015). En la mañana de este domingo hay danzas populares, verbena de atracciones y la presencia turbadora de los quintos del pueblo, que ya te reciben en las rotondas de entrada pidiendo monedas, vestidos de militares y rapados con una cresta mohicana. No deja de ser ilustrativo que, aparte de la complicidad de la Iglesia con el maltrato animal en fiestas, se haya decidido conservar – en muchos pueblos – la costumbre de hacer una peña con los jóvenes que si aún hoy existiera el servicio militar obligatorio serían llamados a filas. Ahora, sólo permanece la carta blanca de borrachera, ruidos, peleas y otros excesos a lo largo de las fiestas mayores, con el aplauso y sonrisas de padres, parientes, vecinos y turistas. Una licencia que en muchos sitios añade una tarde de toreo y salvajismo en manos de los quintos, con variaciones bizarras como la piñata de Puig y la Batalla de las Ratas.
Hacia las cinco de la tarde, horario taurino donde los haya, se convoca a propios y ajenos a la Plaza de la Constitución (para mayor insulto). La costumbre cuenta que se colgarán unas vasijas de barro que los quintos intentan romper con un bastón de madera, uno a uno, primero solos y después ayudados por el grupo. Dentro suele haber chucherías para los niños. Pero antiguamente se encerraban conejos vivos, y después fueron sustituidos por ratas, que se mataban en la misma plaza, al liberarse de las vasijas, para ser arrojadas entre los asistentes. La salvajada se hizo tan popular que, a pesar de no figurar en programa y siendo una actividad ilegal, adquirió nombre propio y orgullo de emblema local. Los vecinos, los quintos, y cualquier persona con serios problemas cívicos, andan defendiendo a pecho y espada una tradición que es suya, por la que se sienten acosados y con la urgente necesidad de defender. Sienten que deben agredir a los que la critican, a quienes documentan e informan. Por eso no quieren ver ni cámaras de fotos, ni videocámaras, ni defensores de los animales. Así que bien pronto los paisanos empiezan a avisarnos, mientras acabamos de comer, con nuestros equipos bajo la mesa. «¿No seréis del Pacma?» nos preguntan…
Para empezar te cuentan que no es nada, que solamente se tiran unas ratas muertas, y que hay una piñata para los niños, con chocolatinas. Pero que mejor no grabes o hagas fotos. Ya hemos escuchado esto antes: «no pasa nada y por eso no queremos que lo grabes». Más tarde nos cruzamos con un reportero que pone en guardia a nuestros operadores de cámara: «es muy peligroso, en años anteriores han pegado a varios fotógrafos e incluso destrozado cámaras. Sobre todo no puedes estar entre la gente. La policía no te protege y está de su lado…» De hecho, hace ahora cuatro años se atacó violentamente a los reporteros como denuncia Tv Animalista en este vídeo.
Tras reorganizar nuestras fuerzas y medios acudimos por separado a la plaza del festejo. Está bastante llena y la veintena larga de quintos dirige todo; la policía municipal está ausente, a dos calles. Primero se lanzan unos balones de plástico contra la gente, a lo que se suman muchos, en un fuego cruzado de patadones en el todos acabamos esquivando pelotazos. Cuando las pelotas se han roto los quintos despliegan un cartel en defensa de la tradición, con un lema desafiante que arranca aplausos. En pocos minutos se cuelga una cuerda de un balcón a una tronco de árbol de la plaza, y tras la primera piñata un quinto arroja una rata muerta hacia un grupo de espectadores. Pero inmediatamente aparecen arrojadas más ratas desde otras esquinas. Risas, gritos y complicidad absoluta en la salvajada, donde nadie protesta, la policía ignora y nadie se atreve a fotografiar, a excepción de un par de señores que deduzco deben ser parientes de los niñatos anfitriones. Pero poco a poco decidimos atrevernos, en un margen de seguridad. Con varios de nuestros móviles, y una cámara de fotos oculta logramos documentar esta batalla descerebrada. Como se podrá ver en las imágenes que acompañan estas líneas es un material robado con temblor de manos, con dificultades, pero que no podíamos dejar de compartir.
¿En que país vivimos? ¿Tenemos la cara dura de levantar la voz y la mano contra los fanáticos de otras culturas y religiones cuando el lincamiento existe en fiestas apoyadas con dinero público y consentimiento político?¿Hasta cuando vamos a dejar que nos sometan estos salvajes? La verdadera batalla es contra ellos.
Emprendemos un largo viaje para llegar a este hermosísimo pueblo de la costa de Vizcaya, que se nos hace aún más largo por un despiste en la ruta. Al llegar a la entrada de la localidad los accesos se han cerrado y hay largas colas de coches por las carreteras circundantes en busca de un aparcamiento. Familias, grupos de amigos, niños, van bajando desde todas partes para alcanzar el puerto con el tiempo necesario para no perderse Los Gansos (Antzar Eguna). Como en casi todas nuestras paradas somos primerizos y no sabemos lo que nos espera…
Al poco de entrar en el pueblo resuenan las músicas de fiesta popular que se vomitan desde el interior de los bares, locales y cualquier rincón que consienta una barra y unos altavoces. Todo muy ordenado, eso sí, pero con un dominante general: unas camisas largas, anchas, de trabajo, la vestimenta tradicional de Arrantzale. A veces nos encontramos con mozos vestidos con unas faldas azules largas. Casi todos llevan un vaso de plástico colgado del cuello con una cuerda, que luego descubriremos es el que utilizan en todas las barras para no generar más basura, o para tener tu vaso propio.
Al pasar junto a la construcción monumental de la Basílica de la Asunción de Nuestra Señora la fiesta está en ebullición. Decenas de veinteañeros, con las camisas azules, airean sus indicios de borrachera entre carcajadas, grupos abrazados y algunas carreras. Nosotros alcanzamos el puerto y tomamos posiciones en el espigón, donde ya se ha colocado la cuerda que atraviesa el agua de un extremo al otro, mientras que los más madrugadores han cogido sitio sentados al borde de los muelles. Hace un sol intenso y junto a nosotros se ha preparado una carpa en la que màs tarde se van a refugiar los invitados, las autoridades municipales, el jurado, periodistas y la cuadrilla que se encarga de tirar y bajar la cuerda en la que se cuelga y decapitan los gansos.
Al fondo del puerto hay una feria de atracciones y unas carpas de comida y bebida, en las que los uniformes de los camareros van adornados con lemas abertzales de amnistía a los presos, llamadas a la unión vasca, y todo tipo de consignas que al estar en euskera son incomprensibles (para nosotros). De hecho, no entendemos casi nada de lo que se habla a nuestro alrededor porque solamente los más jóvenes se hablan en castellano. El Ayuntamiento está gobernado por Bildu y algunos detalles llevan su firma inconfundible, incluso en algunos matices de la brutal fiesta de los gansos. Ahora, en 2015, se ha trastocado esa mayoría y gobierna la coalición EAJ-PNV.
El inicio está previsto para las cuatro de la tarde, y a esa hora hay cientos de personas buscando un buen punto de vista, aunque la mayor concentración está en el agua del puerto donde se apiñan 88 botes de remos participantes, tomando posición para este evento. Se trata de que la cuadrilla de cada bote, que suele bautizar la embarcación con un nombre de guerra, se acerque remando hasta el punto en el que se ha colgado un ganso muerto, atado a la cuerda que va de un extremo a otro del puerto. Al pasar por debajo, un mozo o una moza, de pie en el bote, debe agarrarse al cuello del animal muerto, con fuerza, ya que inmediatamente el bote se aleja, el mozo cae al agua y un grupo tira con fuerza desde el espigón para que la cuerda se eleve por los aires, con el participante agarrado al cuello del ganso, hasta una altura tremenda, cayendo después contra el agua de golpe, para ser elevado una y otra vez. La habilidad consiste en aguantar hasta que la cabeza del ganso se arranca y el mozo cae con ella al agua. O bien sufrir las subidas y bajadas necesarias sin soltarse.
Aquí participan hombres y mujeres, locales y de fuera, muy jóvenes o de mediana edad, delgados y fuertes, altos y bajos, de toda condición. Y cada vez que se decapita un ganso se celebra con gritos y aplausos, y el resto de la cuadrilla del bote participante se tira al agua para celebrarlo como una gloriosa victoria.
A veces se producen faltas, que vigila el jurado, e incluso se anula la participación de ciertas cuadrillas. El proceso es extenso, y perdemos la cuenta de los gansos decapitados, los gritos etílicos, el berreo de los concursantes, mezclado con una extraña impavidez entre los espectadores locales, que sólo se interrumpe ante una novedad: un ganso de plástico.
Nos explican que se ha ultrajado la tradición. Consultaron entre los participantes la opción de usar un ganso postizo, que obviamente no se descabeza, y 14 cuadrillas han optado por él. Con opiniones encendidas contra Bildu y el enésimo cambio en la tradición, porque no se debe olvidar que inicialmente se soltaban los gansos vivos para ser atrapados, luego se colgaban vivos y se descabezaban mientras se meneaban en esta cuerda. En este reportaje de la EITB se puede ver el estado del debate en septiembre del año pasado. Aparentemente, según informaba DEIA hace unos días, se volverá a mantener la opción voluntaria del llamado ganso mecánico. Curiosamente la competición consigue una dosis de habilidad y emoción mayor cuando se usa este ganso artificial. Los mozos y mozas se elevan aún más, se agarran mejor, y la mayoría permanece tres o cuatro veces arriba y abajo hasta que se sueltan del ganso.
Salta a la vista que no habría ninguna necesidad para continuar con espectáculo atroz y macabro de desmembramiento de gansos, ejecutados para la ocasión, y que se conservaría la competición de habilidad. Mientras tanto, persistir con esta fiesta tal y cómo es resulta poco más que una sucesión salvaje de despieces, exhibidos ante niños y adolescentes a los que nadie explica nada a nuestro alrededor, vinculados todos por un silencio cómplice que recuerda a otros tiempos de opresión, con banderas distintas pero unidas en una violencia que lo mancha todo.