Tras un año de viajes, miles de kilómetros, testigos de todo tipo de torturas a los animales y una desagradable lista de fanatismos religiosos para justificar la violencia, en abril de 2015 nos embarcamos en nuestra última etapa documental. Por diversas razones, algunas logísticas y de presupuesto, no habíamos visitado Andalucía en nuestras salidas. Estaba previsto que visitáramos Cazalilla (en Jaén) donde se viene celebrando cada mes de febrero el lanzamiento de la pava, en el que se arroja desde el campanario de la Iglesia del pueblo una pava que debe ser atrapada en tierra por uno de los vecinos. El ambiente estaba muy caliente ya que los vecinos prefieren pagar a escote los dos mil euros de multa administrativa y seguir con su estúpida costumbre. Preveíamos altercados y que arriesgábamos nuestros equipos (si, el cine de guerrilla a veces te hace cobarde), tal y como sucedió ya que el evento acabó en guerra campal entre un grupo de activistas que querían salvar a la pava, y los de Cazalilla que no dudaron en llegar a las manos contra fotógrafos y cámaras… Así que en el último instante, apenas un mes antes de su celebración, decidimos trasladarnos a la Alpujarra almeriense para documentar un festín de violencia animal poco conocido: los Toros de San Marcos, en Ohanes.
Cada año, entorno al 25 de abril y por ende día de San Marcos, un hermosísimo y escondido pueblo llamado Ohanes saca de procesión a su santo patrón. No bastando con ello, tal y como se sucede en la inmensa mayoría de los pueblos de España, las autoridades católicas bendicen y los lugareños ejecutan un espectáculo macabro de tortura animal, en nombre de Dios y lanzando vítores al patrón. En un envido a la grande por las fiestas con toros ensogados (es decir, encierros de toros que son sujetados y arrastrados a la fuerza con una o varias cuerdas por todo el pueblo, hasta que colapasan o son sacrificados al final de su entretenimiento de masas salvajes), en Ohanes sacan seis toros por todo el pueblo, a la vez que la procesión de San Marcos recorre las callejuelas laberínticas de lo que en otro contexto es un pueblo hermoso que ha conservado la más pura estética de arquitectura popular de la Alpujarra. Estos animales que son empujados, estresados, golpeando sin parar con sus cuernos las paredes y empedrado del pueblo, son obligados por las cuadrillas que les acompañan a someterse frente al santo y a tocar con su morro la bandera que simboliza la Hermandad de San Marcos. Cuando esto se consigue, el aninmal es retirado hacia otra parte del pueblo hasta que le vuelve a tocar…. Esto se repite sin cesar durante toda la mañana, en una agonía extrema para los animales y cualquier ser humano con sensibilidad. Los paisanos de Ohanes, apiñados con parientesy amigos y muy pocos turistas, canturrea alegres su lema favorito: «¡San Marcos, San Marcos, San Marcos es cojonudo…! ¡Como San Marcos no hay ninguno¡». Ejemplo de devoción cristiana y garrulismo como pocas cosas.
Tras varias horas de filmación, fotografías, sonido, nos marchamos agotados, tanto por este nuevo episodio de santificación de la violencia contra los animales como por todo lo que hemos vivido en doce meses de salidas alrededor de España. Agotados por pertenecer sin paliativo a una cultura que glorifica sus creencias religiosas con sangre y tortura, con risas dementes, muecas de disfrute salvaje y miradas poseídas. Cuando se publican estas palabras el pueblito almeriense de Ohanes volverá a salir a las calles a destrozar el alma humana de estos animales que no vinieron a este mundo para entretenerles ni a ellos ni a nadie más. ¿Cuanto tiempo más vamos a permirtirles su diversión macabra, bárbara e ignorante? SANTA FIESTA es ahora vuestra palanca de denuncia y de cambio para que NO VUELVA A SUCEDER.
El burro del Peropalo es un símbolo del sufrimiento de estos animales en España. Durante muchos años este animal ha sido maltratado salvajemente en las fiestas de Carnaval de Villanueva de la Vera. El paseo que se hace por el pueblo, rodeado de borrachos, ruido, tiros al aire, empujones y una masa de personas apretujándose contra él son una desgracia, que tuvo su mayor desastre hacia 1986 cuando supuestamente el burro que se utilizaba murió aplastado por la muchedumbre que se subió encima. Así que acudimos esperando lo peor, aunque curiosamente no se han convocado protestas por ningún colectivo animalista ya que el pueblo y los paisanos organizadores han garantizado respeto y protección del animal, aunque sin dejar de celebrar el acto salvaje. Por resumir en pocas palabras, el paseo de este burro lleva un jinete encima, borracho y camuflado con ropas viejas que le hacen parecer un pelele, un muñeco de trapos y paja. Tanto él como la cuadrilla de los quintos del pueblo, y los que suponemos son los defensores a ultranza de esta tradición cavernícola, van muy alcoholizados, por el aroma que les acompaña y la mirada perdida y desequilibrio corporal. Los paisanos de pueblo, los más jóvenes ante todo, van canturreando una copla que con un «tururururú» acompaña cada parada y cada vuelta entre las callejuelas de un pueblo de casas tradicionales hermosas y pintorescas.
El burro no quiere participar de esta tradición y se le ve asustado, vapuleado, y a los pocos instantes cae al suelo, por miedo y resistencia a seguir en el juego. Hay bastante presencia de reporteros y fotógrafos con lo que los supuestos cuidadores del burro, y el grupo de escolta del pelele miden sus gestos, pero al final obligan a la fuerza a que el animal vuelva a continuar con su paseo. Es una muestra más de esa mezcla bizarra y sobrecargada de tradición popular, gritos y ruido, acompañados de abuso animal. Niños, jóvenes y visitantes se ven involucrados en un ritual prescindible, que al menos se podría reconvertir en algo más llevadero, con un muñeco animal. No es divertido, no es enriquecedor, y compite de manera muy fea con otras expresiones que se celebran en esas mismas fiestas que quedan más bien ensombrecidas. Sí, puede que el burro no muera y que haya supervisión de todo lo que se hace con él, pero es que lo poco que hace es humillante y refleja una relación salvaje y violenta con un animal que ha ayudado tanto a las gentes del campo.
El trabajo documental emprendido en este proyecto no solamente conlleva observar aterrorizados la necesidad humana de torturar animales para celebrar fiestas, en honor del santo o la Virgen patronos de la localidad, sino que además suele añadir al cóctel la violencia y represión contra los informadores. Lo hemos visto en Amposta, donde fuimos amenazados y expulsados del recinto primitivo en el que se organizan los toros embolados de su fiesta mayor; también pudimos atestiguarlo en Tordesillas, en el que sin embargo pudimos esquivar la censura y las piedras lanzadas contra periodistas y activistas; y finalmente lo tuvimos encima durante la vergonzosa Batalla de las Ratas de El Puig de Santa María. El pulso está siempre, porque la gente de las cavernas quiere que su tradición solamente sea explicada en sus términos, que suelen ser los de tradición y pertenencia. Es mi fiesta y si no te gusta puedes irte. Si no nos gusta lo que miras, fotografías, documentas, tenemos derecho a golpearte y destruir tu herramienta de verdad. Suelen reducirlo a una frase: «no eres de casa».
En Puig, coinciden numerosas tradiciones. Aparte de las conmemoraciones religiosas de Sant Pere Nolasco, patrón de la localidad y el «enrocado» monasterio que preside el pueblo, hay una tradición popular de cocinar (el último domingo de enero) para todo el que se acerque unas calderas de arroz que aparentemente celebran la generosidad que los paisanos tuvieron por 1654 «cuando vinieron unos cautivos en barco desde Algelia» y «al ver el estado en el que se encontraban, se tuvo un gesto de solidaridad preparándoles durante un par de días esta olla para alimentarlos, y de este modo acabó convirtiéndose en una tradición» (según se explicaba en el programa de fiestas de 2015). En la mañana de este domingo hay danzas populares, verbena de atracciones y la presencia turbadora de los quintos del pueblo, que ya te reciben en las rotondas de entrada pidiendo monedas, vestidos de militares y rapados con una cresta mohicana. No deja de ser ilustrativo que, aparte de la complicidad de la Iglesia con el maltrato animal en fiestas, se haya decidido conservar – en muchos pueblos – la costumbre de hacer una peña con los jóvenes que si aún hoy existiera el servicio militar obligatorio serían llamados a filas. Ahora, sólo permanece la carta blanca de borrachera, ruidos, peleas y otros excesos a lo largo de las fiestas mayores, con el aplauso y sonrisas de padres, parientes, vecinos y turistas. Una licencia que en muchos sitios añade una tarde de toreo y salvajismo en manos de los quintos, con variaciones bizarras como la piñata de Puig y la Batalla de las Ratas.
Hacia las cinco de la tarde, horario taurino donde los haya, se convoca a propios y ajenos a la Plaza de la Constitución (para mayor insulto). La costumbre cuenta que se colgarán unas vasijas de barro que los quintos intentan romper con un bastón de madera, uno a uno, primero solos y después ayudados por el grupo. Dentro suele haber chucherías para los niños. Pero antiguamente se encerraban conejos vivos, y después fueron sustituidos por ratas, que se mataban en la misma plaza, al liberarse de las vasijas, para ser arrojadas entre los asistentes. La salvajada se hizo tan popular que, a pesar de no figurar en programa y siendo una actividad ilegal, adquirió nombre propio y orgullo de emblema local. Los vecinos, los quintos, y cualquier persona con serios problemas cívicos, andan defendiendo a pecho y espada una tradición que es suya, por la que se sienten acosados y con la urgente necesidad de defender. Sienten que deben agredir a los que la critican, a quienes documentan e informan. Por eso no quieren ver ni cámaras de fotos, ni videocámaras, ni defensores de los animales. Así que bien pronto los paisanos empiezan a avisarnos, mientras acabamos de comer, con nuestros equipos bajo la mesa. «¿No seréis del Pacma?» nos preguntan…
Para empezar te cuentan que no es nada, que solamente se tiran unas ratas muertas, y que hay una piñata para los niños, con chocolatinas. Pero que mejor no grabes o hagas fotos. Ya hemos escuchado esto antes: «no pasa nada y por eso no queremos que lo grabes». Más tarde nos cruzamos con un reportero que pone en guardia a nuestros operadores de cámara: «es muy peligroso, en años anteriores han pegado a varios fotógrafos e incluso destrozado cámaras. Sobre todo no puedes estar entre la gente. La policía no te protege y está de su lado…» De hecho, hace ahora cuatro años se atacó violentamente a los reporteros como denuncia Tv Animalista en este vídeo.
Tras reorganizar nuestras fuerzas y medios acudimos por separado a la plaza del festejo. Está bastante llena y la veintena larga de quintos dirige todo; la policía municipal está ausente, a dos calles. Primero se lanzan unos balones de plástico contra la gente, a lo que se suman muchos, en un fuego cruzado de patadones en el todos acabamos esquivando pelotazos. Cuando las pelotas se han roto los quintos despliegan un cartel en defensa de la tradición, con un lema desafiante que arranca aplausos. En pocos minutos se cuelga una cuerda de un balcón a una tronco de árbol de la plaza, y tras la primera piñata un quinto arroja una rata muerta hacia un grupo de espectadores. Pero inmediatamente aparecen arrojadas más ratas desde otras esquinas. Risas, gritos y complicidad absoluta en la salvajada, donde nadie protesta, la policía ignora y nadie se atreve a fotografiar, a excepción de un par de señores que deduzco deben ser parientes de los niñatos anfitriones. Pero poco a poco decidimos atrevernos, en un margen de seguridad. Con varios de nuestros móviles, y una cámara de fotos oculta logramos documentar esta batalla descerebrada. Como se podrá ver en las imágenes que acompañan estas líneas es un material robado con temblor de manos, con dificultades, pero que no podíamos dejar de compartir.
¿En que país vivimos? ¿Tenemos la cara dura de levantar la voz y la mano contra los fanáticos de otras culturas y religiones cuando el lincamiento existe en fiestas apoyadas con dinero público y consentimiento político?¿Hasta cuando vamos a dejar que nos sometan estos salvajes? La verdadera batalla es contra ellos.
En esta tierra de toros torturados y masacrados para el disfrute de las masas el Toro de la Vega es un símbolo del horror. Detrás de un contexto histórico y tradicional, y sobre todo su antigüedad medieval, se arropa un festejo de caza y muerte de un toro en campo abierto que sobrepasa todos los límites de la decencia, la responsabilidad, la humanidad y la complicidad político religiosa. Es uno de los puntos calientes del mapa de la tortura animal y sabemos que va a ser una jornada muy difícil.
Tras estudiar cuidadosamente las imágenes de años anteriores, conocedores de la convocatoria masiva de protestantes que llegarán de Madrid y varios puntos de la península, llegamos temprano y nos separamos: Roberto con la cámara principal, yo con la cámara de apoyo y Kike con su fotografía robada. Mientras que Roberto se queda en la última zona segura, tras unas barreras, para poder grabar la entrada del toro en el prado, yo me he alejado hasta una torre eléctrica donde algunos años se ha arrinconado al animal. Llevo el equipo escondido y no lo voy a sacar hasta que tenga al toro a pocos metros. Aún así la gente te pregunta de dónde eres, qué haces, todo con mucha sospecha, sobre todo los más jóvenes, que ven un periodista camuflado debajo de cualquiera que no vaya vestido de paisano y con camisetas protaurinas. Cuando hay mucho que ocultar, hay algo que temer.
La espera se prolonga, cada vez llegan más espectadores, y nos sobrevuela un helicóptero constantemente. He leído que se han incorporado hasta 200 agentes de distintas fuerzas – entre policía local, nacional y guardia civil – para vigilar los posibles disturbios. Que acaban llegando porque un grupo de activistas se ha encadenado a varios puntos del recorrido e intenta boicotear el festejo. Hay gritos, humareda y oleadas de voceríos. Hasta donde estoy llegan las noticias por llamadas y mensajes a los móviles de las personas que están conmigo. Nadie expresa una voz disidente y el ánimo es hostil ante lo que entienden es una intromisión en su pueblo. Aprovecho el retraso para adentrarme aún más en el prado y subirme a una de las torres eléctricas más altas donde quizás pueda capturar el momento en el que el toro entra en la zona abierta del torneo donde se le puede dar muerte con una lanza…
De repente una inmensa nube de polvo se alza hacia la línea invisible en la que los lanceros puede iniciar su ataque: el toro ha autorizado inconscientemente su caza y muerte al entrar en la zona delimitada para el torneo y muerte. Caballos y jinetes arrancan un trote veloz que empuja al animal hacia la otra punta de donde me encuentro. Hay que actuar rápido y me descuelgo de la torre, entre gritos de aviso de los que me acompañaban en ese refugio inusual. Alguno que otro se mofa de mi valentía por meterme en líos.
En pocos minutos alcanzo la zona en la que decenas de caballos y una masa de hombres a pie, espectadores, ha rodeado la acción. Sorteo todo y algunas voces empiezan a chillarme por ir con una cámara en la mano, con la que voy grabando lo que puedo. Consigo colarme entre caballos y polvareda para avistar al animal, que ya va herido. Hay varios sustos y muchos se echan a correr ante lo que parece un cambio de dirección en el toro. Me meto más adentro, me gritan en cuanto me ven grabando: «¿dónde vas con la cámara? !Que no eres de casa!» Puedo grabar unas imágenes en las que documento, con temblor de manos y rodillas como se lancea al toro. Me escabullo porque me han bloqueado la visión poniendo un caballo delante y tras aparentar que me marcho, regreso desde otro ángulo y grabo el descabello… Me voy corriendo. Los paisanos aplauden y celebran como locos el fin de su fiesta salvaje.
Este año 2015 se volverá a vivir el pulso, uno de muerte anunciada que es el del toro. Otro más importante entre los numerosos activistas que van a hacer todo lo posible para boicotear un evento sangriento en el que el alcalde no atiende razones, el PSOE se escuda en los mecanismos de respeto a la autonomía de los ayuntamientos, y las gentes de Tordesillas vuelven a consentir y aplaudir un acto salvaje que les ha puesto en boca de todo el mundo,que nos ha puesto a los españoles como sinónimo de barbarie y violencia. Basta ver estos pocos segundos extraídos de nuestra película para entender de lo que estamos hablando.
Emprendemos un largo viaje para llegar a este hermosísimo pueblo de la costa de Vizcaya, que se nos hace aún más largo por un despiste en la ruta. Al llegar a la entrada de la localidad los accesos se han cerrado y hay largas colas de coches por las carreteras circundantes en busca de un aparcamiento. Familias, grupos de amigos, niños, van bajando desde todas partes para alcanzar el puerto con el tiempo necesario para no perderse Los Gansos (Antzar Eguna). Como en casi todas nuestras paradas somos primerizos y no sabemos lo que nos espera…
Al poco de entrar en el pueblo resuenan las músicas de fiesta popular que se vomitan desde el interior de los bares, locales y cualquier rincón que consienta una barra y unos altavoces. Todo muy ordenado, eso sí, pero con un dominante general: unas camisas largas, anchas, de trabajo, la vestimenta tradicional de Arrantzale. A veces nos encontramos con mozos vestidos con unas faldas azules largas. Casi todos llevan un vaso de plástico colgado del cuello con una cuerda, que luego descubriremos es el que utilizan en todas las barras para no generar más basura, o para tener tu vaso propio.
Al pasar junto a la construcción monumental de la Basílica de la Asunción de Nuestra Señora la fiesta está en ebullición. Decenas de veinteañeros, con las camisas azules, airean sus indicios de borrachera entre carcajadas, grupos abrazados y algunas carreras. Nosotros alcanzamos el puerto y tomamos posiciones en el espigón, donde ya se ha colocado la cuerda que atraviesa el agua de un extremo al otro, mientras que los más madrugadores han cogido sitio sentados al borde de los muelles. Hace un sol intenso y junto a nosotros se ha preparado una carpa en la que màs tarde se van a refugiar los invitados, las autoridades municipales, el jurado, periodistas y la cuadrilla que se encarga de tirar y bajar la cuerda en la que se cuelga y decapitan los gansos.
Al fondo del puerto hay una feria de atracciones y unas carpas de comida y bebida, en las que los uniformes de los camareros van adornados con lemas abertzales de amnistía a los presos, llamadas a la unión vasca, y todo tipo de consignas que al estar en euskera son incomprensibles (para nosotros). De hecho, no entendemos casi nada de lo que se habla a nuestro alrededor porque solamente los más jóvenes se hablan en castellano. El Ayuntamiento está gobernado por Bildu y algunos detalles llevan su firma inconfundible, incluso en algunos matices de la brutal fiesta de los gansos. Ahora, en 2015, se ha trastocado esa mayoría y gobierna la coalición EAJ-PNV.
El inicio está previsto para las cuatro de la tarde, y a esa hora hay cientos de personas buscando un buen punto de vista, aunque la mayor concentración está en el agua del puerto donde se apiñan 88 botes de remos participantes, tomando posición para este evento. Se trata de que la cuadrilla de cada bote, que suele bautizar la embarcación con un nombre de guerra, se acerque remando hasta el punto en el que se ha colgado un ganso muerto, atado a la cuerda que va de un extremo a otro del puerto. Al pasar por debajo, un mozo o una moza, de pie en el bote, debe agarrarse al cuello del animal muerto, con fuerza, ya que inmediatamente el bote se aleja, el mozo cae al agua y un grupo tira con fuerza desde el espigón para que la cuerda se eleve por los aires, con el participante agarrado al cuello del ganso, hasta una altura tremenda, cayendo después contra el agua de golpe, para ser elevado una y otra vez. La habilidad consiste en aguantar hasta que la cabeza del ganso se arranca y el mozo cae con ella al agua. O bien sufrir las subidas y bajadas necesarias sin soltarse.
Aquí participan hombres y mujeres, locales y de fuera, muy jóvenes o de mediana edad, delgados y fuertes, altos y bajos, de toda condición. Y cada vez que se decapita un ganso se celebra con gritos y aplausos, y el resto de la cuadrilla del bote participante se tira al agua para celebrarlo como una gloriosa victoria.
A veces se producen faltas, que vigila el jurado, e incluso se anula la participación de ciertas cuadrillas. El proceso es extenso, y perdemos la cuenta de los gansos decapitados, los gritos etílicos, el berreo de los concursantes, mezclado con una extraña impavidez entre los espectadores locales, que sólo se interrumpe ante una novedad: un ganso de plástico.
Nos explican que se ha ultrajado la tradición. Consultaron entre los participantes la opción de usar un ganso postizo, que obviamente no se descabeza, y 14 cuadrillas han optado por él. Con opiniones encendidas contra Bildu y el enésimo cambio en la tradición, porque no se debe olvidar que inicialmente se soltaban los gansos vivos para ser atrapados, luego se colgaban vivos y se descabezaban mientras se meneaban en esta cuerda. En este reportaje de la EITB se puede ver el estado del debate en septiembre del año pasado. Aparentemente, según informaba DEIA hace unos días, se volverá a mantener la opción voluntaria del llamado ganso mecánico. Curiosamente la competición consigue una dosis de habilidad y emoción mayor cuando se usa este ganso artificial. Los mozos y mozas se elevan aún más, se agarran mejor, y la mayoría permanece tres o cuatro veces arriba y abajo hasta que se sueltan del ganso.
Salta a la vista que no habría ninguna necesidad para continuar con espectáculo atroz y macabro de desmembramiento de gansos, ejecutados para la ocasión, y que se conservaría la competición de habilidad. Mientras tanto, persistir con esta fiesta tal y cómo es resulta poco más que una sucesión salvaje de despieces, exhibidos ante niños y adolescentes a los que nadie explica nada a nuestro alrededor, vinculados todos por un silencio cómplice que recuerda a otros tiempos de opresión, con banderas distintas pero unidas en una violencia que lo mancha todo.
Sabíamos que esta iba a ser una jornada difícil. Los eventos de «tortura taurina» siempre lo son. Y entre todos esos festejos de sangre y fiesta con toros de por medio aquellos denominados como «toro embolado», agrupados en Cataluña como Bous al carrer o Correbous, son los más intensos, controvertidos y arraigados. Sabíamos que en más de una ocasión los «extraños» o «visitantes» con intención de fotografiar, grabar o documentar estas salvajadas han sido víctimas de violencia, insultos, pedradas. Sabíamos que en Amposta, uno de los escenarios más conocidos para el Toro Embolado, más tradicionales y auténticos, corríamos ese riesgo. Y fue lo primero que nos advirtieron los amigos que tan generosamente nos acogieron en su casa, en unas fechas en las que normalmente huyen del pueblo, para no escuchar ni relacionarse con los encierros y todo lo que rodea las fiestas patronales de esta importante localidad de Tarragona. Son inteligentes: y no son los únicos. Por eso estoy convencido de que lograremos parar esta juerga sangrienta y descerebrada.
Nos decían mis amigos que para facilitarnos la tarea habían bajado a «la plaza» por primera vez en su vida. Algo parecido a la Cúpula del Trueno de Mad Max, un coso construido a base de carretas, plataformas y vehículos agrícolas o de transporte que, bajo autorización, dan derecho de uso y disfrute a los propietarios de esos palcomóviles y no perder detalles de lo que sucede en la arena, cada tarde y cada noche, durante ocho días sin pausa. Vaquillas, toros, caballos… Animaladas en manos de seres inhumanos. Un espacio oscuro y angosto en el que sería difícil moverse sin ser vistos, y escapar en caso de peligro. Avisados y agradecidos nos preparamos desde temprano, de media tarde, para observar cada uno por su cuenta, la gente, el lugar, los rincones desde los que documentar el toro embolado de esa noche. Horas de espera y entretenimiento salvaje.
Cientos de jóvenes y niños se agolpan alrededor del coso mecánico para acosar y divertirse con las vaquillas infantiles. A pesar de que la megafonía advierte de que no pueden participar menores, lo hacen. Los padres y familiares jalean y ríen con los tropezones, las patadas al animal o lo que sea. Los más mayores se reservan para el plato fuerte, o beben en los quioscos de alrededor. La noche desciende bajo la atenta mirada del logo que preside esta plaza seca: Montsiá, los arroces industrializados de la localidad, orgullo, protección e identidad del Delta del Ebro y muchas gentes. Quizás un poco cómplice de lo que sucede a sus pies, en unos terrenos que ignoro si le pertenecen o más bien al municipio.
Llega la hora del Toro Embolado. Hemos ido sintiendo la presión y la vigilancia a nuestro alrededor. Han visto nuestras cámaras y probablemente nuestros rasgos de extraños. Vamos a tener muy poco tiempo para fotografiar, capturar sonidos e imágenes en movimiento, en cuanto saquen al toro en el cajón. Pero la excitación de todos nos tapa. Logramos acercarnos durante unos segundos cuando el toro sale del cajón, cuando le amarran para colocar el engranaje que va a sostener unas bengalas y el fuego posterior, encima de los cuernos del animal. Los expertos involucran a menores a ver de cerca, apoyar, perder el miedo al toro linchado. Cuando le sueltan es difícil escapar a la tensión y adrenalina y tanto Roberto como yo perdemos el fugaz instante en que el toro es liberado a oscuras, con unos cohetes amarrados a sus cuernos, con uno de los emboladores agarrado al rabo mientras el anima intenta huir, zafarse del humano idiota que le sujeta, escabullirse del fuego en su cabeza, de los cohetes que desatan una ola gigantesca de risas…
A los pocos instantes un grupo de adolescentes reforzados por un adulto que me habla en catalán me amenazan y me echan del coso. No quiero ofrecer más bronca porque tengo la esperanza de que Roberto logrará rodar más. Pero casi inmediatamente le echan a él y después a Enrique. Pero Roberto ha logrado grabar las voces de los niñatos cuando le expulsan… Es nuestro objetivo. Documentar la fiesta, documentar los torturadores. El resto lo haréis todos vosotros.
Ferragosto. El término inventado por los romanos (contemporáneos) para describir el cierre de todo en 15 de agosto, la huida a la playa y el abandono de la ciudad a golpe de persiana bajada, en España es otra cosa. Es la Virgen de Agosto, el momento álgido de la fiesta del pueblo, en honor de la Virgen María en sus múltiples nombres y variantes, aunque todas vengan a ser la Madre de Dios. Y quien dice fiesta mayor en España dice santo patrón y dice animal torturado y matado. Generalmente un toro: pero hay otras variantes. Así que en un viaje que también nos ha llevado al pueblo de Amposta, el día 15 de agosto paramos en Sagunto para documentar la, supuestamente, inocua Suelta de Patos. Es un día de fiesta y juegos acuáticos en el inmenso Puerto de Sagunto al que se accede solamente andando un largo trecho o montados en un servicio especial de autobuses. Desde muy temprano la gente empieza a llegar, en familia, en pandilla de amigos, en chanclas y bañador, dispuestos a mojarse y pasar unas horas. Los actos incluyen una travesía a nado del puerto, una cucaña marina con todo tipo de premios – que se prolonga durante gran parte de la mañana – y el fin de fiesta: la suelta de patos. Tras la intensidad y violencia que hemos vivido el día anterior en Amposta estamos alerta *. Hay presencia policial, tanto local como Guardia Civil, y observan bolígrafo en mano. En años anteriores se ha multado al Ayuntamiento, incluso se dejó de celebrar un año, pero se ha vuelto a retomar con la excusa de un mayor control, un número menor de patos (unos 120) y la participación restringida a aquellos que se han inscrito previamente y exhiben una camiseta que les autoriza a perseguir y capturar patos. Como es normal hay muchos periodistas y algunas televisiones. Hay miradas de sospecha y algunos curiosos preguntan de donde eres y para qué son «las fotos» que estamos tomando. Por si acaso, no les falta tiempo para explicar que «los patos no sufren y se les trata muy bien».
Una vez acabada la cucaña y agotada nuestra paciencia vemos como varios botes de servicio del puerto de Sagunto se colocan en varios puntos de la zona limitada en el agua para la jornada festiva; hay decenas y decenas de bañistas, familias de todas las edades, quinceañeros en mini botes hinchables, flotadores… En el punto más alejado se empiezan a arrojar balones de plástico que son cazados en pocos segundos. Por el extremo más cercano a la gente otro de los barcos empieza a liberar patos desde unas jaulas, arrojados al aire hacia el mar por empleados públicos. Los patos revolotean despavoridos y algunos patean por encima de las aguas hasta que son atrapados. La gente chilla y nadadores de todas las edades llegan junto al borde del puerto para mostrar a quién quiera el pato que han capturado. Muchos acarician las cabezas de los patitos, los niños se enternecen con los animales… Todo el mundo repite y repite, ante las cámaras, que a los animalitos no les pasa nada. Me han explicado, anteriormente, que los patos no se pueden llevar a casa y se controla que así sea. Miro a los que atrapan pelotas de plástico, que sí se podrán llevar, y está claro. Piensan muchos que es lo mismo perseguir y jugar con pelotas que con patos, que no sufren, de la misma manera que no sufren los juguetes. Pero, entonces ¿no podría hacerse siempre sin patos y solamente con juguetes de goma?
Se ha cumplido ahora un año desde nuestra visita para documentar esta fiesta. El día 25 de julio arrancaron las fiestas de esta localidad. Como en muchas localidades a lo largo del mapa español se ha producido un cambio de gobierno en Sagunto, y el alcalde, de Compromís, podría estar detrás de la cancelación de esta suelta de patos, que ya no aparece por ninguna parte, en el Programa de las Fiestas Patronales. Me confirman en una llamada a la Oficina de Turismo que se ha cancelado. ¿Es un acto de responsabilidad y compromiso hacia la tortura de animales en festejos? Y si es así, ¿por qué el programa aparece repleto de actos con toros? El 1 de agosto anuncian «2 Toros embolados y diez vacas enfundadas con Animación». Durante la quincena del 1 al 15 de agosto hay eventos taurinos para niños, toros embolados, encierros con vacas… ¿Qué queremos transmitir? ¿El toro no es sujeto de tortura, humillación y sufrimiento, pero los patos sí?
Es hora de preguntar al Ayuntamiento en su web y en su correo oficial: info@aytosagunto.es
* en breve encontrarás la crónica de lo vivido en Amposta durante su Toro Embolado.
El 25 de julio es el Día de Santiago, tanto en el santoral católico como en el calendario oficial de muchas localidades españolas. Eso se traduce en un día de vacaciones y celebraciones religiosas, bailes, desfiles, competiciones y como no podía ser menos festejos de tortura animal.
Es nuestra tercera jornada de trabajo documental y hemos recalado en un pequeño pueblo de la provincia de Toledo. En pleno corazón del verano el calor es intenso cuando llegamos, hacia las 9 y media de la mañana. Al poco de entrar desembocamos en unas callejuelas tapadas de arena y vecinos que se dirigen hacia lo que, según nos explican, es el centro, la plaza. En breve comenzarán las carreras. A nosotros nos falta un café pero a nuestro alrededor los más jóvenes se desayunan ya con botellines y minis con la sonrisa cómplice de padres y amigos.
Estamos aquí para observar, filmar, registrar en imágenes un festejo tan antiguo como salvaje. Se le conoce por Correr Los Gansos, aunque el programa municipal habla de Fiestas Patronales de Santiago Apóstol, de carreras de caballos enjaezados y carreras de gansos. La Hermandad de Santiago defiende que las carreras existen desde hace 400 años. La jornada se acompaña además de una procesión en la que las autoridades y vecinos devotos del pueblo pasean a una pequeña figura del apóstol Santiago, precedida de tambores y clarines.
Las carreras de caballos enjaezados es un juego de habilidad en el que jinetes emparejados pasan al galope por la plaza central, unidos por un brazo y sin perder el equilibrio. Se hace repetidas veces y participan incluso mujeres o parejas mixtas. Siempre es agradable ver igualdad de género incluso en la España más terruña… Pero el evento principal será por la tarde, pasadas las horas de calor infernal en las que las persianas se cierran a cal y canto y desaparece la gente, en lo que suponemos es una larga siesta reparadora de trasnoches.
Correr Los Gansos es algo que se ha hecho en muchos pueblos españoles, ha ido desapareciendo o evolucionando hacia otras variantes, como la versión marinera de Lekeitio – de la que hablaremos en su momento -. Al principio se hacía con animales vivos, y ahora se los «duerme» antes del festejo, por lo que los descabezamientos son (según los vecinos) piadosos. Supongo que si ejecutáramos personas con una jeringa, y luego las colgáramos de los pies para descabezarlas con un juego de caballos sería menos salvaje que si lo hacemos con personas vivas. Los mecanismos de justificación de la crueldad intentan colártela, siempre. Aquí se nos recuerda que fue Margaret Thatcher la que obligó al pueblo a dejar de hacerlo con gansos vivos – al poco de vernos con cámaras vienen a preguntarnos para que televisión es y nos aseguran que los gansos no sufren, que están muertos -. Observo muchos niños presentes, algunos que preguntan horrorizados qué le están haciendo al Pato Donald, y las respuestas mentirosas de que no sufren, que están dormidos (que debe ser mejor que explicarles que están muertos).
Comienzan las carreras tras unos ajustes técnicos de altura y estado del ganso – para ello se usa un animal que ya tiene el cuello un poco rebanado, con lo que la jinete que tira de la cabeza se queda con ella en la mano sin problemas -. Velocidad, gritos de emoción y aplausos cada vez que un animal es descabezado. El cuerpo del animal, la sangre y los órganos que asoman por el agujero se desatan, echan a una bolsa y se continúa. El jinete que logra descabezar al ganso se reúne rápido con la familia, se hace una foto de grupo con la cabeza en mano, y en ocasiones con algún bebe en el regazo. Lo grotesco, lo macabro, lo irracional se esconden en las sonrisas y felicidad de esta buena gente que seguirán «corriendo los gansos», celebrarán este show de cadáveres cada año, este mismo año si no se impide lo contrario.
Segundo día de rodaje. Nos trasladamos a Denia, al levante mediterráneo para observar y retratar uno de los festejos veraniegos con maltrato animal más conocidos de España. Se llama Bous a la mar (que traducido al castellano significa Toros al Mar) y se realiza a lo largo de la Festa Major de la localidad, que son las Fiestas Patronales en honor a la Santísima Sangre, duran más de una semana y ofrecen dos sesiones de este mal llamado espectáculo taurino. La sangre, como en muchas fiestas populares españolas, está presente en cuerpo religioso y cuerpo animal.
En el puerto de Denia encontramos el espacio reservado para el Bous: un recinto en forma de «c» que tiene por un lado el límite del agua y una zona de gradas envolvente en dos alturas, de pie a ras de suelo y sentado, en la que se puede ver dos sesiones (a la 1 y a las 7 de la tarde) con unos cinco toros y vacas por cada pase. La zona bajo la grada es el acceso al área en la que se corre y burla a las reses, dotada de unas barras que impiden cogidas y que el anima se escape, además de varios elementos para esconderse entre las gradas y el agua. En la grada superior se accede pagando, hasta 5€ en el pase de la tarde. Caben varios cientos de personas, bajo el sol y sin restricciones de edad para los niños. Está clarísimo que el asunto tiene gancho y tirón popular, además de despertar curiosidad entre muchos turistas presentes (pocos extranjeros).
El espectáculo consiste en soltar un toro o vaca en el recinto y conseguir llevarlo hacia el lado del agua, para que caiga al mar. Los participantes buscan por un lado hacer recortes al animal (pasar muy cerca de los cuernos y conseguir burlar la embestida) o llevarle en persecución hacia el lado del mar, de manera que al no poder frenar caiga al agua. Una vez que el animal cae al mar se le agarra por la cabeza – unos operarios del ayuntamiento lo hacen con un bote – y acaba el turno de la res. A continuación se suelta otro toro y así sucesivamente hasta que caen uno por uno al agua, o bien se devuelve al redil. La impericia de estas personas que atrapan al toro en el agua ha causado la muerte por ahogo en más de una ocasión.
Los detalles importan. Ante todo son unas fiestas patronales, bajo el auspicio de la Iglesia como institución y en concreto la de Denia; los menores de edad no pueden participar en la burla del toro pero pueden verlo todo, incluidos los embestimientos y heridas graves que a veces reciben los participantes (o recortadores); lo animales sufren estrés, acoso, burla, deshidratación y shock al caer al agua, por mencionar solamente unos pocos; público y participantes se desatan y sacan lo peor de sí mismos.
Mientras documentamos con imágenes y sonidos los dos pases de Bous vemos individuos y grupos embrutecidos, agitados, convulsos con el animal y entre ellos. Hay un consumo de alcohol y porros más que evidente, incluso entre gente menor de edad. Alucinamos por la cantidad de chicas que participan. En la grada oímos a padres y madres engañar de forma ignorante a los niños que preguntan por el toro: «no, no le pasa nada…» Esta frase la vamos a escuchar muy a menudo al referirse al animal maltratado en los espectáculos que vamos visitando, incluso con amenazas por estar grabando y fotografiando. Pero sobre todo vemos de nuevo al toro humillado por su condición animal y maltratado como una cosa.
La fiesta no es tal sin su vínculo a la procesión de la Santísima Sangre. Acudimos a verla y documentarla y observamos que la representación de clase y política de la localidad abraza y exhibe con orgullo su fe, su apoyo a un ritual que significa la creencia en la sangre sagrada de Jesucristo. Hay redobles, música de marcha religiosa, mantillas, trajes, rostros compungidos y afectados por la espiritualidad cristiana, la figura de un Jesucristo yaciente que se pasea, y un cura que da instrucciones a todos con un walkie-talkie. La España de Berlanga y Buñuel vive y sobrevive. Cristianos, algunos, que dan la espalda a sus obligaciones humanas y como creyentes de respeto hacia los animales.